La lucha entre la curva y la línea recta | Santiago Rueda
Por Santiago Rueda. PhD Historia del Arte (Colombia).
Andrés Moreno Hoffmann se educó en Bogotá, Londres y Barcelona en las décadas de 1990 y 2000, pero es en Bogotá y su retorno a esta ciudad en la que creció y reside, donde su trabajo se ha moldeado hasta conseguir su forma actual.
Para las pinturas de su serie Espacio, el artista ha partido de modelos arquitectónicos y para ser más precisos de maquetas tridimensionales, las cuales hoy en día –y curiosamente– son más utilizadas por los artistas que por los arquitectos, éstos últimos quienes proyectan y diseñan todo en medios digitales. A partir de su estudio de arquitectos como Frank Gehry, Zaha Hadid y Richard Rogers, el artista ha construido ciudades atravesadas por formas geométricas tridimensionales, modelos que parecen existir en una dimensión paralela y que parecen ser parte de un universo donde la geometría evoluciona incesantemente, donde la curva con toda su maleabilidad se enfrenta a las líneas rectas de los módulos que conforman las edificaciones mudas. En ello, más que el juego formalista lo que compromete al artista es una cuestión filosófica. Para Moreno Hoffmann el enfrentamiento entre la curva y la recta es una declaración sobre los límites de las creencias, sobre la imposibilidad de concebir el universo de una forma racional, la necesidad de comprender y aprender a través del cuerpo, los sentidos y la intuición. Para hacer estos y otros argumentos más claros, el artista ha definido su paleta con el uso de blanco titanio, negro marfil y pardo Van Dycke, pintando exclusivamente en blancos, grises y negros.
Con esta aparentemente limitada gama tonal, el artista nos invita a enfrentarnos y a viajar a través de una arquitectura matemática sin límite, a sumarnos por los orificios de las ventanas de un vehículo que sobrevuela ciudades flotantes, con sus perspectivas pronunciadas y sus cielos cargados de nubes inmensas y electricidad, que no dejan de evocar el dramatismo del paisaje del romanticismo europeo del siglo XIX. En mi opinión, los cielos de sus pinturas tienen que ver con los paisajes grises de Bogotá, enclavada en el norte de la cordillera de los Andes, una ciudad de lluvias pertinaces y aguaceros inesperados. Así, el juego de referencias se amplía y el artista nos lleva a través de La balsa de la medusa de Gericalut, o La gran ola de Kanagawa de Hokusai, pero también a la ciencia ficción y sus paisajes –Alien, El Incal– en suma, a iconos culturales que tratan el abandono del hombre frente a las fuerzas naturales, al reconocimiento de las potencias universales, y a la sensación de precipitud ante lo inminente. Sus referencias iconográficas también nos llevan a preguntarnos: ¿Por qué el artista sigue utilizando un medio como la pintura al óleo, cuando sus imaágenes tienen tanto que ver con la creación digital, el cine de ciencia ficción y los videojuegos? Moreno Hoffmann tiene un enorme respeto por la pintura, por su durabilidad, por su resistencia histórica y esencialmente porque percibe que ella es un medio de conocimiento sobre la realidad, que sigue igual de vigente hoy como ayer. Para el artista pintar no solo es fabricar una imagen, es adentrarse en el conocimiento intrínseco que le permite conectar con toda la historia del arte misma, con la tradición pictórica occidental y con los artistas que admira, entre los que se podría contar a Julio Le Parc, Anish Kapoor y Francis Bacon.
En el Museo de Arte Contemporáneo de Bogotá, al igual que en otras exposiciones realizadas en Nueva York, Barcelona y Bogotá, el artista enseñó Akashá, una instalación de globos metalizados inflados con helio que bajo la cúpula helicoidal del museo bogotano llevaban el desafío bidimensional a lo espacial, y enfrentaban al espectador con la geometría sólida y hermética extraída de sus pinturas. El artista se encuentra interesado en la obra de Oscar Niemeyer, quizá el mejor ejemplo de un arquitecto que supo incluir la curva y las experiencias de vida en el trópico en el lenguaje de la arquitectura moderna. Valga mencionar, que este interés le emparenta con artistas activos en Colombia, como Jaime Tarazona, Karen Aune y Andrés Valles, quienes interrogan a partir de la geometría y el hábitat, las posibilidades del espacio arquitectónico como medio de síntesis y expresión de lo espiritual, lo vital, lo orgánico y lo artístico.